«
-Eso es lo que son ustedes. Todos ustedes son eso -dijo Miss Stein-.
Todos los jóvenes que sirvieron en la guerra. Son una generación
perdida».
Nunca
me había pasado con otro libro (y eso que mi tendencia hacia los
clásicos podría indicar lo contrario) la sensación que he tenido con este de estar con un trozo de historia entre las manos. Da
exactamente igual que el objeto en si esté editado en 2013 y huela a
nuevo que echa para atrás, esa histórica carga me ha arrollado
desde el principio y me ha acompañado a lo largo de toda la lectura.
Me refiero a una época que para mi tiene el mayor de los encantos y
que podría resumir muy burdamente con un trinomio de palabras: París
+ Años 20 + Generación Perdida. Si a estos tres conceptos los
mezcláramos en la batidora literaria, el jugo obtenido no podría
ser otro más que París era una fiesta,
la excepcional obra de mi estimado Ernest Hemingway.
Con
este libro he sentido, al igual que ocurre con aquellas cosas de las
que conoces el final, una continua expectación mezclada con una
cierta familiaridad y una constante, pero sana tensión en pos de que
ocurra lo esperado. Son breves dosis de historia, anécdotas y
visiones inéditas de artistas, críticos o escritores, experiencias
culturalmente enmarcadas descritas bajo el influjo de una ciudad en
su máximo esplendor. Pero el arte narrativo de Hemingway no queda
sólo para excelsos aderezos como veladas nocturnas en un restaurant
con Joyce o compartir coche y confidencias con Fitzgerald, si no que
es capaz de conferir a cada rue, a cada café, a cada
trago de alcohol y rayo de sol, su esencia artística y cultural.
Aunque
publicada póstumamente, esta obra recoge de primera mano y de manera
autobiográfica, la vida de Hemingway y su primera esposa durante
aquellos, duros pero satisfactorios, primeros años en París. A lo
largo de las páginas profundizamos en la vida del autor, un
Hemingway joven, idealista y pobre (todo sea dicho) que abandona la
comodidad del periodismo para labrar su futuro de escritor. Poco a
poco el mismo se va abriendo a nosotros desvelando detalles de su
personalidad, algunos harto conocidos como su popular afición por la
bebida, el juego o la pesca y otros muy reveladores de carácter más
íntimo, como opiniones personales o sus trucos de escritura, que
bien podrían servir como una perfecta guía para bisoños
escritores.
En
resumen París era una fiesta es
un canto al Carpe Diem acompañado de escenas con una alta
carga cultural protagonizadas por los grandes artistas del momento y
que describe muy bien la floreciente época de los años 20 parisinos
desde dentro. Al estar escrita a partir de las anotaciones, diarios
etc. del propio autor, no posee una trama concreta más allá de la
vida del joven escritor americano, no hay ficción (o eso creo) y a
veces da la sensación de estar leyendo anécdotas aisladas, pero la
manera tan cercana en que está relatado, tan humana y personal,
sirve más que de justificación para su lectura. En definitiva, una
obra imprescindible si te apasiona, como a mi, la Generación Perdida
y todo lo que les rodeó. Es la magia de París.
Fd: El lector Invisible