jueves, 16 de abril de 2015

Frankenstein // Mary Shelley (1818)

«No seas injusto, Frankenstein, acusándome sólo a mí, que soy acreedor a tu justicia y hasta a tu clemencia y tu afecto. Recuérdalo soy tu obra y debería ser tu Adán, pero más exacto sería que me consideraras el ángel caído, expulsado por ti de las alegrías y arrojado a la miseria. Por todas partes veo felicidad de la que estoy excluido. Era bueno y la desgracia me hizo un malvado: hazme feliz y volverá a mí la virtud».

Enfrentarse a un clásico de la literatura universal es una tarea complicada y mucha veces hasta desagradecida ya que normalmente cuando afrontamos este tipo de lecturas lo hacemos condicionados por unas expectativas consecuencia de las numerosas influencias recibidas. Ocurre pues que nuestra mente tan acostumbrada y familiarizada con los tópicos impuestos es incapaz de desligarse de su influjo pudiendo llegar incluso a alterar o desvirtuar de alguna manera el escrito original para asemejarlo a nuestros recuerdos. Intentando evitar caer en esta simpleza y sin perder la perspectiva de la lectura me puse manos a la obra con el clásico por antonomasia de la literatura gótica o de terror, Frankenstein o el moderno prometeo de Mary Shelley,

Quien no conoce, ya sea por las numerosas películas, dibujos o por cualquier otro aspecto de nuestro acerbo cultural, la historia de este gigantón conformado de retazos de cadáveres, que insuflado de la chispa vital por su creador, Victor Frankenstein, retorna de entre los muertos para asustar y horrorizar con su aspecto y actos a la sociedad puritana del momento. Pues bien, aunque el argumento básico sea tremendamente ordinario, es necesario profundizar para apreciar los diferentes aspectos y matices que hicieron y hacen grande a esta obra.

Entre una prosa elocuente y enriquecedora, muy directa y sugerente, dinámica e incluso estimulante encontramos una alegoría de los propios miedos, inseguridades y preocupaciones del hombre, aun influenciado por los designios de una iglesia permanentemente dominante. Estos miedos y dudas manifestados de la manera más brutal y terrorífica que la autora pudo imaginar, caracterizan la sociedad del momento: temerosa y recelosa, aunque cada vez más preparada por el continuo progreso de la ciencia. También se atisba, reflejada en la piel del monstruo, otra de las preocupaciones existenciales del momento, la impotencia que sufre el hombre frente a la crueldad involuntaria de su creador, que permite con su omisión la maldad y la crueldad. Frankenstein es por tanto una caracterización en clave de terror de la sociedad del momento que refleja a la perfección las preocupaciones e inseguridades de principios del s.XVIII.

La lectura de este título ha arrojado sobre mi impresión un contraste de luces y sombras. Por un lado se encuentra la prosa, profusa y rica y llena de reflexiones ocultas, que sin duda ayudó a aumentar la popularidad de este clásico, mientras que por el otro lado está la degeneración que toda fama conlleva, envenenando el sentido original. La impecable narrativa de la señora Mary Shelley y los matices escondidos de un clásico híperconocido son mis argumentos para recomendaros esta ya de per se, fantástica historia de terror.

Fd: El lector Invisible


2 comentarios:

  1. Estoy detrás de este clásico desde hace varios días y no he logrado conseguirlo, aunque tengo una edición en la mira y que parece ser muy buena. La verdad es que no he leído nada de este tema (exceptuando los cuentos de Allan Poe) y quiero, de verdad, poder disfrutar de esa lectura y aún más después de leer tu reseña. Saludos! ;)

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  2. Pues te animo a su lectura. Estoy seguro de que disfrutarás, ya no sólo con la historia, si no también con el lenguaje y con ese toque científico/médico que tiene el protagonista.

    Saludos!

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